Durante los últimos años de su vida, la salud de Julio Cortázar empeoró considerablemente. En el mes de agosto del año 1981 sufrió una hemorragia gástrica y se salvó milagrosamente de la muerte.
A pesar de estos problemas de salud, continuó escribiendo como había hecho siempre. De hecho, cuando estaba en sus momentos más difíciles, Cortázar siguió escribiendo, fue siempre su gran pasión.
En 1983, con la vuelta de la democracia a Argentina, decide realizar un viaje que será el último que haga a su patria. La indiferencia de las autoridades argentinas (el presidente Raúl Alfonsín no lo recibió) contrastaba con el entusiasmo generalizado de sus admiradores, que lo paraban en la calle solicitándole autógrafos como si de una estrella del rock se tratara.
Tras su último viaje a Argentina, volvió a vivir en Francia, donde el presidente François Mitterrand le concedió la nacionalidad francesa. En la ciudad de París vivió en dos casas, una en la rue Martel y otra en la rue L'Eperon. La primera era un pequeño apartamento en un tercer piso sin ascensor pero lleno de libros y discos de música. Allí tenía la posibilidad de recibir numerosas visitas.
Carol Dunlop, su pareja, fallece en 1982, sumiendo al escritor en una profunda depresión.
Julio Cortázar falleció el 12 de febrero de 1984 después de sufrir una leucemia, siendo enterrado dos días más tarde en el cementerio de Montparnasse. Es costumbre dejar sobre su tumba recuerdos como guijarros, notas, flores secas, lápices, cartas, monedas, billetes de metro con una rayuela dibujada, un libro abierto o paquetes de cerezas.

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